15/11/15

¿Ahora por quién oramos?


Aunque había estado tratando de alejarme un poco de la polémica suscitada en las redes sociales tras los recientes y terribles acontecimientos en París, principalmente para librarme de la presión que ejercen las opiniones sobre el caso—que solo han estado tratando de anularse entre sí—, luego de pensar un poco sobre cuál podría ser el siguiente tema del que podría hablar en mi blog y darme cuenta de cómo esta semana ha sido una especie de punto de convergencia entre un montón de cosas relativas al asunto, sentí que en esta ocasión debía unirme al debate público.



A propósito de ello, antes de comenzar, quiero hacer una gran aclaratoria para todos aquellos que por casualidad se topen con esta entrada y decidan leerla: ésta es la opinión propia, personal, inmanente, subjetiva e individual—perdonen tanta redundancia— de un chico de 17 años. No es una imposición de pensamientos, no es un ataque personalizado en contra de aquellos cuyo comportamiento no apruebo en algún sentido, no es un acto reaccionario e irreverente basado en la frustración que siento por no vivir en Europa—tal como alguien sugirió en algún comentario que leí por allí—; es solo la materialización de mi forma de pensar respecto a lo que está sucediendo en el mundo.

Lo primero que tengo que expresar sobre lo ocurrido en Francia, es el profundo pesar que me envolvió al saber cómo en pleno siglo XXI, en una era de supuesto desarrollo y derechos humanos, probablemente miles de individuos aún están acostumbrados y figuran como abanderados de las posturas religiosas radicales que a lo largo de nuestra historia occidental fueron tan nocivas. No obstante la indignación que pueda experimentar, siento que otro de los aspectos triste que han resaltado después del suceso, más allá de las lamentables muertes de todas esas personas inocentes, es la dinámica con la que se manifiesta la opinión pública internacional respecto a los temas de interés humano, precisamente porque pienso que este elemento es fundamental para la resolución de muchos de los conflictos y problemáticas mundiales.

Ese es el foco de mi crítica, hacía allí quiero dirigir mi opinión y he decidido dividirla en dos aristas:

Los medios

Como estudiante de Comunicación Social, es bastante simple, quizá más simple de lo que podría resultar para otros, comprender cómo las empresas mediáticas se manejan, precisamente, como compañías cuyo producto es la información y, así como los proveedores de otros rubros, deben su producción a los intereses del público receptor. Del mismo modo, la información difundida por las agencias noticiosas internacionales, cuyas sedes principales se encuentran distribuidas en diversos países de lo que es conocido como “el Primer Mundo”, responden a la cercanía de los cuarteles generales con los sucesos.

A propósito de esto, existe una teoría que ha servido como argumento para mucho medios en su defensa de las acusaciones que pueden recibir debido a esta jerarquización, quizá “amoral”, de los penosos sucesos internacionales. Esto se llama jerarquía de la muerte y explica por qué los medios de comunicación dan más cobertura a unos acontecimientos que a otros, basándose, en primer lugar, en la proximidad cultural y geográfica de la empresa mediática a los involucrados en el hecho suscitado y, en segundo lugar, en la calidad de la información, que está definida por el número de reporteros e investigadores abocados al evento.

Tomando en cuenta esto, resulta un tanto comprensible que los eventos en la sede de Charlie Hebdo en Francia hace unos meses, tuvieran más cobertura internacional que la casi paralela masacre de estudiantes en los espacios de la Universidad de Garissa en Kenia—la cual quizá muchos aún desconocen—. Después de todo, cuando existen tantas dificultades para adquirir información sobre un acontecimiento en un lugar remoto en relación a la ubicación en que dicho material informativo va a ser procesado, es un poco severo culpar a los medios de comunicación y subestimar sus esfuerzos por servir como exponentes de las circunstancias políticas, económicas y culturales de esas comunidades recónditas. No obstante, esos no son los únicos factores con los que se pondera la jerarquía de la muerte.

Ahora procederé a tratar lo más controversial de la dinámica en la que se prioriza la información a nivel mundial, al menos en lo que respecta a las agencias internacionales occidentales—de países desarrollados—y, también, la que más me preocupa y en la que quiero hacer hincapié: según sugiere la periodista de The Guardian, Anne Karpf, tal parece que factores como la raza, el sexo, la condición de género, la condición económica, la religión y las tendencias políticas también son filtros que regulan la dirección del foco mediático. De allí que las muertes de los árabes y los musulmanes—usualmente visualizados como una misma cosa—pueden llegar a ser percibidos indignas de la simpatía de las medios y las masas debido a su condición generalizada de antioccidentales, anticristianos y anticapitalistas.

El año pasado, mic.com publicó un artículo que hablaba sobre la cobertura mediática acerca de la epidemia de ébola que se expandía por el mundo y de cómo los africanos, principales afectados por la enfermedad—más de 11000 personas han muerto en África desde el brote del virus, según este informe de la OMS—, eran vistos como una simple estadística abstracta para apoyar las publicaciones que buscaban despertar alertas sobre el daño que podría ocasionar la llegada del ébola al mundo occidental, más que verdaderamente tener el peso que tuvieron las historias individuales de los pacientes occidentales que se vieron contagiados. Del mismo modo, el artículo demuestra cómo la atención de los usuarios de internet sobre el tema solo sufrió importantes alzas cuando los Estados Unidos se vieron involucrados en el asunto.

Ese es una constante universal de la atención internacional. El dolor y el sufrimiento que afrontan los refugiados sirios y otros refugiados por consecuencia de los conflictos políticos y armamentistas del Medio Oriente, solo se hicieron visibles cuando la migración de los mismos se encaminó hacia Europa, cuando dejó de ser un problema del medio oriente y pasó a ser un problema europeo. En cuanto a esto, un reporte de Associated Press arrojó que en el conflicto Palestina-Israel, las bajas de los israelitas, país “occidentalizado” del Medio Oriente, eran cubiertas el doble de veces que las muertes palestinas. De manera similar, la República Democrática del Congo, sede del conflicto armado más sangriento desde la Segunda Guerra Mundial, en el que se estima que más de 5 millones de personas habían perecido para los años 90, apenas fue señalado por los medios a nivel mundial, mientras que el conflicto de las Balcanes de la misma época, se apoderó de los titulares por muchos meses, probablemente debido al hecho de que las víctimas eran europeas.

Esta es la realidad comunicacional a la que estamos acostumbrados, la que aceptamos en nuestro consumo, evidentemente sesgado por el efecto de los medios, de material informativo internacional que se acopla a las características que procuran las grandes agencias de países desarrollados y que, directa o indirectamente, refuerzan el paradigma desbalanceado que afronta el mundo, uno en el que mil muertes violentas en África parecen tener menor peso que diez en Europa—porque en Europa ese tipo de defunciones no debería suceder. Aunque hayo comprensible este último tópico sobre el carácter noticioso de acontecimientos de ese tipo, que trascienden la regularidad o lo típico de un contexto específico, no deja de afectarme la manera en la que sucesos por los que deberíamos tener tanta o más consideración, respeto y solidaridad, quedan relegados por uno u otro evento ocurrido en el territorio de alguna potencia mundial.

Como cada uno de los ejemplos dados, ahora mismo, mientras el planeta entero parece estar en luto, al menos por las redes sociales, por el terrible acontecimiento en París, las víctimas de atentado suicida en Beirut, que dejó a 43 muertos y 239 heridos, perpetuado por ISIS, se opacan por la relevancia mediática que tienen las, también lamentables, víctimas francesas. Al mismo nivel al que son relegadas las 17 muertes en Baghdad este viernes, o las 100 muertes ocurridas en Turquía el mes pasado. Todos restringidos a un espacio de olvido porque los medios de comunicación occidentales no estaban interesados en ellos. Así parece funcionar el mundo contemporáneo, con esta reprochable dinámica que prioriza el sufrimiento de algunos sobre el de otros.

El público


En cuanto a este otro punto, seré más breve y más personal. Quiero iniciar señalando cómo el efecto de las empresas mediáticas mundiales y su jerarquización ha vuelto incluso a los latinoamericanos, inmersos en una realidad sociopolítica y cultural distinta y distante, fieles seguidores de las turbulencias del Primer Mundo, antes que de los fenómenos sociales que experimentan países de naturalezas más cercanas a las nuestras. Es un tanto triste que nos sintamos más conectados con realidades de países tan distantes, utópicos desde la vista de los habitantes de un país en desarrollo como este—inalcanzables desde la vista de los habitantes de países subdesarrollados—, que por las coyunturas sociopolíticas y económicas de la que nosotros mismos formamos partes. Es esa misma despreocupación por las problemáticas que protagonizamos, no solo como venezolanos, sino caribeños, suramericanos, latinoamericanos y americanos, la que, desde mi perspectiva, nos ha conducido al estancamiento en nuestra evolución hacia el desarrollo.

 Aunque todas las manifestaciones pacíficas son libres y deben ser toleradas, es decepcionante entrar en consciencia de cómo aquello que se supone que representa un esfuerzo por simpatizar o empatizar con el sufrimiento de las familias de las víctimas en Francia, probablemente se quede allí, como solo una muestra de lo dispuestos que están todos a cambiar su foto de perfil cada vez que mueran individuos extranjeros en circunstancias penosas. Probablemente no habrá ningún proceso de investigación o concientización sobre el tema, sino que calará en muchas de las personas que decidieron pronunciarse de una u otra manera por las redes sociales como una tendencia que debería ser seguida para demostrar el nivel de solidaridad y pena que sentían.

 Pienso que es hora de empezar a preguntarnos por qué hacemos las cosas y si lograremos lo que pretendemos de la manera en la que las hacemos. Tal y como lo menciona, la pregunta que deberíamos estar haciéndonos si realmente queremos mostrar solidaridad y apoyo a Francia, Iraq, Líbano, Turquía, los refugiados de Siria, Palestina, las niñas de Nigeria, los tiroteos en los Estados Unidos, las víctimas del Terremoto en Nepal o del huracán en México, las mujeres que se arriesgan a ser asaltadas cada vez que salen de casa, los niños que cada día incursionan en el mundo de la criminalidad, los muertos a manos de esos criminales, a los migrantes en busca de mejor calidad de vida, a los niños y niñas vendidos como esclavos, a la víctimas del bullying o las jóvenes que destruyen su cuerpo tratando de encajar en el mundo, es qué podemos hacer para cambiar esa situación ¿Realmente un hashtag o la reedición de tu foto de perfil lograrán algo?

Conclusiones

No existe un sola problemática y el mundo no se mueve en una sola dirección, pero siempre somos nosotros los responsables de las direcciones que se toman y mientras más esfuerzos hagamos por orientarnos a la resolución de los problemas, mientras más consciencia tengamos de qué sucede con aquellos con quienes compartimos un mismo planeta, mientras más extendamos nuestra comprensión de sus creencias, realidades y maneras de comportarse, más cerca estaremos de resolverlos. Basta de tanta hipocresía, basta de construir nuestras opiniones de la realidad política, económica y cultural del mundo sobre las bases de tendencias. Es momento de abrir los ojos a un mundo que está más allá de lo que los medios muestran o que, incluso, está más cerca que eso.

No solo Francia necesita tu apoyo y tu solidaridad, hay montones de ejemplos en el mundo de situaciones que merecen ser consideradas, que deben ser tomadas en cuenta y puestas en la mira de la discusión internacional para lograr resolverlas con prontitud. Dejemos de necesitar que un europeo contraiga ébola para que el ébola vuelva a existir en nuestras mentes occidentales, aunque sea sumamente real para los habitantes de África, dejemos de lamentar las muertes de países extranjeros cuando somos totalmente insensibles a las muertes que ocurren en nuestro país, dejemos de reencontrarnos con Siria solo cuando ISIS asesina a un cristiano. Es allí a donde apunta mi crítica, no se trata solo de condenar los intentos de algunos por acoplarse a la campaña de empatía con los parisinos, se trata de exigir a la humanidad un poco de humanidad.

Aquí más información sobre la jerarquía de la muerte(Está en inglés)
http://www.lse.ac.uk/media@lse/study/pdf/ChouliarakiLSEPublicLectureDistantSuffering.pdf