El viernes pasado, luego tener un
día casualmente cargado de reflexiones sobre la adultez, el paso del tiempo y
la búsqueda de nuestros puntos focales—parece que esas temáticas han estado
rondando mi vida últimamente—un grupo de amigos y yo resolvimos, como es
habitual, dar clausura al día con una película que nos dejara mucho para pensar.
Aunque la decisión no estuvo de mi parte y al principio no estaba seguro de qué
terminaríamos viendo, pronto me di cuenta de cuán apropiada fue la elección
hecha. La escogida fue Hacia Rutas Salvajes (2007) y fue el mejor
largometraje que pudimos haber visto esa noche.
Aparte de ser la producción
cinematográfica más importante y condecorada de Sean Penn—sí, el actor—como
director y de estar cargada de impresionantes imágenes que transportan al
espectador a los hermosos paisajes naturales del territorio estadounidense, la
película hace un efectivo intento por reubicar al espectador en el camino de su
búsqueda personal por los propósitos, la que casi todos experimentamos, y logró
sumirnos aquella noche en un debate, un tanto violento, que se extendió por
casi una hora.
Antes de ese día, nunca había
considerado cuán importante era emprender el viaje hacia el autodescubrimiento,
hasta que una de mis amigas trató de dar cierre a la discusión exponiendo lo
necesario que era para cualquiera de nosotros, sin importar la manera en la que
fuera realizado, iniciar un odisea para encontrarnos a nosotros mismos. Algo
que, en primera instancia, parece ser la aventura más grande que podemos
emprender. Aquello provocó mucho ruido en mí.
La libertad, el compromiso, el crecimiento
individual, el amor y, quizá más importante, la satisfacción verdadera, son
algunas de las escalas que parecen subscribirse al viaje del que Bárbara—mi amiga— hablaba; pero no podía parar de pensar esa noche justo antes de
acostarme, ¿ cómo en un mundo que te advierte por un lado que la felicidad está
en donde la sientas y, por otro, que la misma no se alcanza con facilidad, es posible saber realmente cuál es la ruta
que debes seguir para llegar a ella?
Aunque es tonto que me haga interrogantes
de tal envergadura y pretenda a los 17 años de edad tener una resolución concreta,
después de pensar un poco en lo que visto de otras personas y en cómo algunos
se quedan quietos esperando acercarse a sus respuestas, a veces
omitiendo las preguntas, y otros se mueven a través de bastas distancias para
alcanzar su propio reflejo ulterior, para tener la oportunidad de ver aquello
que esperan de sí mismos, parece ser que no importa cuántas millas recorras ni de
qué manera lo hagas, porque esta búsqueda no es un movimiento horizontal, sino
hacia nuestro propio interior.
Tal vez el camino para la
iluminación de algunas personas termina en una oficina de contadores y para
otros finaliza en la cima del Kilimanyaro, y a pesar que probablemente nunca
halle una respuesta concreta a mis duda—incluso después de haber llegado al final
de mi propia travesía—, hay algo que
sí es seguro y le película me apoya en ello: ama lo que haces, ama a otros, ama los
espacios que habitas y por los que transitas, ama todo lo que puedas y así, tal
vez, el viaje sea un poco más fácil.
PD: Vean ese filme, sé que les
gustará.