4/12/17

El asaeteado

Recuerdo con la claridad que mi decepcionante memoria a largo plazo me permite, cómo hace 4 años intenté por primera vez aprender sobre poesía, en un burdo impulso por profesionalizar la escritura que nunca había sido más que una válvula de escape en mi vida. Emergente y ocasional como la satisfacción creativa.


Hasta esa primera clase, que pareció más una charla sobre filosofía del arte antes que el episodio instructivo que me prometieron, nunca había prestado demasiada atención a mi curiosa capacidad para interpretar con facilidad el significado de las cosas a mi alrededor─habilidad útil para el contexto esotérico y su contraparte innegable: la dimensión amorosa. 

Una frase sentenciada por uno de los profesores del taller, mediante la que buscaba describir cómo las ideas llegan a los escritores, se quedó grabada en mi mente desde entonces: «el hombre─o el poeta o el artista─pasa su vida recibiendo la inspiración como flechas que provienen de todos los lugares posibles». 

Por pura coincidencia, de esas tan asombrosas que resultan incómodas, justo esa misma semana había empezado a leer sobre los mártires cristianos. Por lo que imagen de San Sebastián, inmolado y extasiado por las saetas disparadas a su cuerpo, parecía la analogía perfecta para el fusilamiento que las mentes creativas estaban condenadas a sufrir─todo un ejercicio de tergiversación. 

Por supuesto, me tomé esa epifanía como algo sumamente personal. Tanto porque luego de haber asistido a esa charla me sentía digno del título de poeta, como por mi tercamente negado, pero porfiadamente presente, temor católico sobre las consecuencias del desperdicio de las revelaciones divinas. 

Desde entonces, la condición sine qua non de las cosas bellas tenía que ser su origen doloroso. No había otra alternativa. Debía sufrir para crear, y en medio de mis esfuerzos adolescentes para crecer como persona, también era lógico que debiera sufrir para recrearme a mí mismo. El artista era un mártir...💀💀💀

Ahora, veo que fue una fortuna haberme despegado de todos esos ideales de artistoide caraberetero para empezar a vivir experiencias emocionalmente «menos complejas». Así, dos años sin suicidios sobre ningún papel, sin soportes pintados con colores tristes y sin canciones sobre la felicidad ambicionada me sirvieron para descubrir lo que siempre fue una obvia pero negada verdad: quien funda sobre la satisfacción puede construir mucho más alto. 

A lo mejor si aquel profesor hubiera sido más claro, no habrían tenido que pasar 3 años de autodescubrimiento hasta este punto, pero como soy un fiel creyente en la precisión del destino─lo dejaré para otro post─siento que el aprendizaje surgió como debía. 

A un Alejandro mucho menos ensimismado después, ya entiendo que un artista, un poeta y un hombre maduro debe ser capaz de atrapar cada una de esas flechas antes de que causen dolor y usarlas para formar algo nuevo. Esta es la revisión de un símbolo también creado por mí, un nuevo hombre asaeteado, que me invita a mejorar mis destrezas como atajador y me recuerda que aún llevo unas cuantas flechas enterradas que pronto debo desencajar.
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