1/1/17

Obertura



Doce meses atrás, un Alejandro distinto no entendía muy bien cuán apropiado era que los 18 años de edad marcaran el inicio de la adultez. Un orgullo propio de alguien constantemente acreditado como “maduro”, me hacía sentir que ya estaba viviendo lo necesario para ser considerado un adulto. Entonces, justo al cumplir la mayoría de edad, parecía mucho más probable que las cosas fueran lo mismo de siempre, de la forma más desanimada posible, y me negaba a creer en los cambios positivos que todos me anticipaban que ocurrirían. No obstante, como siempre sucede en las historias de predisposición, todo fue muy diferente a lo que pensé y la manera optimista con la que inicio este 2017 es, quizá, la mayor prueba de las transformaciones ocurridas.

No sé si por pura por pura casualidad o por una suerte de entropía universal que hace que el decimoctavo año de vida sea radicalmente distinto al resto, pero solo a unas semanas después del inicio del 2016, el retraído y ansioso yo ya había sobrevivido a su primer viaje sin su familia, se había relacionado con jóvenes de todo el país, había empezado a convertirse en una figura de liderazgo dentro de una organización, había iniciado por primera vez un semestre en la universidad sintiendo que estudiaba la carrera correcta y se había abierto emocionalmente ante su madre de un modo en el que jamás lo había hecho. 

Los meses posteriores no fueron menos acontecidos. Nuevos lugares visitados, nuevas personas conocidas y nuevas experiencias vividas en medio de una Venezuela cada vez más retadora, donde los hermanos se despiden por periodos indefinidos o violentamente permanentes, fueron dando forma a una nuevas versión de mí mismo. Todas las grandes vivencias que tuve junto a grandiosas personas, en un año que resultó no ser tan monótono como esperaba, fueron definiendo la figura un Alejandro Pérez Morales que el anterior ni siquiera podría reconocer, uno que entiende mucho más sobre la increíble importancia del amor, la amistad, la perseverancia, el optimismo y por sobre todo, la convicción. 

Así, exactamente doce meses después de la última vez que publiqué en este blog, es esa misma convicción la que, en primer lugar, me hace saber que no soy tan adulto como creía y que aún me falta mucho por aprender; la que me invita a escribir confiando en que el año que acaba de comenzar será mil veces mejor que el anterior; y la que, finalmente, me muestra que transcurrir por el comienzo de esta nueva etapa habría sido imposible sin las personas que me acompañaron a lo largo de él.