Hace un par de meses, cuando el semestre comenzaba en la Universidad y mis compañeros se asían de nuevo a la
idea de que éste sería su mejor periodo académico hasta el momento— y me
excluyo un poco en este aspecto porque siempre estoy orientado en una dirección
menos optimista—, el “buen pie derecho”, el de las grandes expectativas y los
prósperos reinicios, pisó un gran charco de barro cuando llegó a oídos de la
mayoría que una de nuestras más destacadas compañeras de clase había fallecido.
No obstante lo pesado que pudo haber sido darle la bienvenida a un nuevo lapso en la facultad en medio de las exequias de nuestra querida amiga, dos semanas después—quizá más—ya pocos parecían recordarla y el “buen pie derecho” fue limpiado de todo rastro de lodo.
No me expío del asunto y admito que poco tiempo luego del funeral, ya habían aparecido suficientes novedades en mi vida para desviar mi atención de la pena que se suponía que debía llevar conmigo y, del mismo modo, durante el transcurso de los diez meses que van de año, montones de momentos que el viejo Alejandro—si es que hay alguna diferencia con el actual— habría supuesto como importantes, han sido reemplazados con el paso de los días por nuevas preocupaciones, tareas y vivencias.
Hace poco, un amigo me comentó cómo desde su cumpleaños número diecinueve, las cosas parecían haber empezado a fluir en un ritmo acelerado y me pregunto—porque este blog es un compendio de las dudas que me asaltan a diario—¿acaso es esto un síntoma de la nueva etapa que se aproxima? Y perdónenme aquellos que esperaban que mi segundo post fuera lejano al previo, pero ahora mismo me siento tan incapaz de seguir la secuencia de lo que sucede en mi vida cada semana que temo un tanto que esto sea un mal permanente.
Y lo siento cercano porque, según mi viciada memoria, antes el tiempo no parecía moverse con tanta agilidad y, por el contrario, este año, en un par abrir y de cerrar de ojos, ha logrado acumular más experiencias “memorables” —si tan sólo pudiera recordarlas con claridad— de las que pudo haber en los dos anteriores. Entonces, ¿sólo yo soy sensible a la rapidez con la con la que han transcurrido los días o la velocidad del 2015 es, en efecto, una percepción colectiva?
PD: Desde agosto ya no lleno mi diario, me siento incapaz de hacerlo.