15/10/15

Todas las cosas más simples


Todos aquellos que nacimos después del necesario desplome del Muro de Berlín y antes de los infames acontecimientos del 11 de septiembre, definidos por la caída de los grandes emblemas de las generaciones que nos precedieron, somos las células de la generación del Milenio. Existimos como causas y efectos de la globalización que nos envuelve, habitando espacios sobrepoblados, y nuestras figuras se minimizan frente a los rascacielos.
Es sintomática nuestra propensión a migrar hacia ciudades colosales y a orientar nuestras miradas a los importantes sucesos del planeta, mientras que las fronteras se expanden con rapidez y nuestras proezas se empequeñecen en relación a las grandes hazañas de otros.

Quizá los medios o el internet, o nuestra deliberada exposición al consumo de la información instantánea, nos han convertido en gente sin pausa, sin la capacidad para detenerse a disfrutar de las cosas más pequeñas, y, en mi caso, en cada intento de desconexión, me siento tentado a exigir a la naturaleza—como si me debiera más a mí que yo a ella—un poco de la velocidad y el desorden al que estoy acostumbrado.

Por todo esto, aquí en este punto, donde el maximalismo se disfraza de su contrario, es bastante difícil prestar atención a los elementos que dan forma a nuestro entorno y, más aún, apreciarlos por el corto periodo que existirán en nuestra vidas; no obstante, como rituales de despojo, algunas prácticas son capaces de retornarnos a los espacios de los que partimos, regresándonos al lugar en el que todo lo mínimo es razón de sorpresa.

Y, aunque un par de días atrás no sabía qué responder a una amiga cuando me preguntó—quizá muy confiada—qué utilidad tenía la poesía en nuestras vidas, me doy cuenta ahora, después de reflexionar un poco, que tanto la poesía como el resto de las prácticas artísticas cumplen precisamente esa función: la de separarnos del nivel en el que se levantan inmensas edificaciones y devolvernos al suelo donde crecen las flores.

Quizá, para mí, el arte es única salida para volver a apreciar todas las cosas más simples.