27/10/15

Frente al arte contemporáneo


Cualquiera que haya tenido la oportunidad de compartir conmigo en los espacios de algún museo arte moderno/post-moderno/contemporáneo, es capaz de constatar cuan arduos suelen ser mis esfuerzos por acercarme comprensivamente al material artístico que se expone, precisamente porque es una suerte de supuesto que aquello que tiene un carácter expositivo, ha de tener algo que pueda ser apreciado. No obstante, tras el desastre que significó para varios amigos y para mí nuestra asistencia a la reciente inauguración de una exposición de arte joven en un museo local, he empezado a preguntarme: ¿de verdad vale la pena esforzarse por comprenderlo?  


          Aunque al principio estaba entusiasmado por las cosas geniales que esperaba ver esa noche, la sensación de ofensión que resultó después de mi paso por aquellas instalaciones ese viernes 15 de octubre, se extendió por todo mi cuerpo hasta hacerme sentir inseguro sobre el valor al que queda reducido el trabajo plástico al que me dedico de vez en cuando y los esfuerzos investigativos que emprendo para mejorarlo. Supongo que del mismo modo se habrán sentido otros amigos.

Y es que en un contexto contemporáneo donde apremia el conceptualismo, al cual pocas veces se logra dar una lectura bien definida sobre el significado que pudiera tener la obra, es difícil tener claro qué es arte y qué no lo es. De allí que veamos cada vez que una nueva exposición inaugura en Valencia, y quizá en otras ciudades del país, cómo cajas vacías, floreros o baúles de madera ocupan un puesto en la sala de un museo, por el que es apropiado llamarlas obras de arte.  

Me pregunto si Duchamp sabía que con las, entonces innovadoras, muestras de sus ready-mades, varias décadas después, el simple proceso de descontextualizar objetos se convertiría en una forma sencilla y carente de esfuerzos de crear nuevos artistas contemporáneos. Siento que, en el siglo XXI, debe considerarse una obra a cualquier cosa que el artista señale como tal, y para todos aquellos que se resistan a creerlo, está reservado un pequeño asiento en el cuarto de los ignorantes.

Con las artes del entretenimiento tradicionales (la música, la literatura, el cine, el teatro o la danza) el asunto es más simple, puesto que éstas se manifiestan en la contemporaneidad de una manera diferente: se involucran en la realidad de público, que paga—por ver una obra en el teatro o por obtener un libro—, buscando satisfacer los deseos receptivos de la audiencia, por lo que se exponen a aplauso o abucheos; pero en las expresiones artísticas más contemporáneas, cuyo origen está en el seno de alguna vanguardia del siglo XX, el artista  aparenta vivir en habitación hermética en la que la crítica no es admisible, debido a la automaticidad y la subjetividad de su proceso expresivo, y si el público no entiende lo que ha visto o se siente insatisfecho por ello, es por pura ignorancia sobre el trasfondo que muchas veces es imperceptible, pero que el artista defiende a través de manifestaciones discursivas que los curadores suelen omitir al organizar la exposición.

Porque otro de los síntomas de la contemporaneidad en el arte es proveer de un discurso escrito pesado a las obras, para valorizar un material expuesto que no es capaz de hacerse valer por sí mismo. El arte existe ahora en una dimensión en la que no hay cabida para la duda, aunque su contenido conceptual sea casi imposible de descifrar, y hasta la posibilidad de que sus lecturas sean subjetivas está determinada por la decisión del autor. Quizá, este "arte" no es para el público ni para el museo, es una práctica endogámica para sus curadores, críticos y artistas.

No soy un teórico del arte o la imagen, ni tampoco busco desprestigiar a aquellos que hacen o valoran el arte de esa manera; solo soy un chico al que el arte contemporáneo—o más bien el arte conceptual—no termina de convencer. Y es que pienso que, aunque el arte sea una carta que se envía sin la expectativa aparente de un receptor específico, cuando nadie sabe que es una carta, probablemente, nunca habrá alguien que alguna vez la abra.
 Esa exposición no fue lo que esperaba, por más de una razón que quizá muchos conocerán ya, y pesar a que me reservo la respuesta particular a la pregunta con la que inicié esta entrada, puedo decir que el evento me hizo darme cuenta de cómo a veces el arte contemporáneo parece ser excremento y otras veces, es literalmente excremento sobre un pedestal; pero en ambos casos, solo el que defeca sabe de qué está hecho lo que produjo. Tal vez debemos acostumbrarnos a esa duda.